6/ 6/ 08

No se quién tuvo la idea de hacer correr que los partos de las primerizas siempre se adelantan. No fue mi caso, y eso que tenía todo listo desde la semana 30. Tampoco sé por qué a la gente le gusta jugar a adivinar la fecha y te lo dice con tanta certeza, “12 de mayo, vas a ver”. Yo todos los días me levantaba convencida que ese era el día porque alguien me lo había asegurado. Mi FPP (fecha probable de parto, brutos!) era el 30 de mayo. Pero el 30 se acercaba y yo no sabía lo que era una contracción. Jugábamos a “ahora sí”, por ejemplo “León, ya terminamos de pintar la manija del cuarto, ahora sí podés salir” o “Ya guardé las pantuflas en el bolso, ahora sí”. Pero no. “Ahora sí, las pelotas” decía León. Y para mí, que soy tan pero tan ansiosa eso era terrible. Me levantaba todos los días convencida que venía y me acostaba llorando porque no. Llegué a pensar que no iba a salir nunca. Mi hijo me estaba dando una primera lección. “Llorá y pataleá todo lo que quieras, yo tengo mis propios tiempos y no podés hacer nada”. Me despedía de la panza, me daba baños de inmersión y le hablaba sin parar, caminaba a lo loca, hice todo lo que me dijeron que había que hacer que seguro provocaba el parto y nada. Cuando mi médico le puso fecha al evento ya me calmé. Viernes 6 de junio se inducía. A todo el mundo le dijimos que era recién el lunes (hacer eso y tener bombachas descartables son mis dos grandes consejos para parturientas).
El jueves a la noche Nor se fue al teatro 25 de mayo porque tocaba (así es la vida de la groupie) y volvió volando. Nos fuimos a cenar al lugar de los momentos especiales y fue raro y hermoso. Nos fuimos a dormir y fue raro y hermoso. Esa noche empecé con algunas contracciones. A la mañana nos levantamos, me di un súper baño de inmersión mientras Nor miraba en la tele algún documental. Bolsito en mano y de la mano nos fuimos a la clínica. Patricia, mi partera, tardó un rato en llegar. Me acuerdo que mirábamos hacia los ascensores muy pendientes. Cuando apareció le avisó a la recepcionista que atrás venía otra con bolsa rota. Me imaginé que me iban a dejar para después, pero no. Nos hicieron entrar a una habitación y empezó el goteo, Patri me rompió la bolsa y me dio no se qué cosa que me dijo que era “como fumarse un porrito”. Nosotros dos no podíamos parar de sonreír. Las contracciones empezaron a darse como locas, “¿Te duele?” decía Nor. Y yo le decía que sí muerta de risa.
Llegó, Maxi, mi doctor y no entendía por qué estábamos así. Al rato me llevaron caminando a la sala de partos y a partir de ahí todo se nubla: Anestecista muy amoroso me explica todo el asunto de la peridural, llega Nor vestido con ropa de hospital que decía “Voy a ser papá” (él nunca se dio cuenta). Y empieza el rock and roll. A pujar y pujar. Norman me pone la manguerita de oxígeno en la cara y me mira como si fuese lo más grande que hay. “Sos una genia”, repite todo el tiempo entre palabras amorosas. Y yo siento que no puedo más, que me desmayo. Maxi dice “Vamos, Meli, le veo la cabeza” y yo, que estoy en otra dimensión, vuelvo a la sala de partos, me levanto y le digo “Decime, la verdad , ¿es pelirrojo?”. Hay que seguir, vamos que falta poco, “esta vez es de verdad”, y yo ahí me acuerdo por qué estoy ahí, que voy a conocer a León, y ya está. Pujo muy fuerte y ahí está. El flamante papá llora a mares, yo lloro pero me río. Me lo dan y es muy hermoso, demasiado. “Mirá lo que hicimos”, digo. Y nos besamos, y somos tres. Y ahora todo es más lindo.

¡Felices dos años chanchito loco!